domingo, 23 de marzo de 2008

EL NIÑO DE LA CALLE

Una Calle Hostil
Una Calle Amiga






EL NIÑO DE LA CALLE

Reflexiones escritas por la madrugada, entre el Sábado de Gloria y el Domingo de la Resurrección.


Cuida de tu ambiente, que tu ambiente cuidará de ti, dijo un día un señor ya mayor, asesor del Secretario de Agricultura, con quien charlaba de vez en cuando. Me gustó la frase porque pienso que el ambiente en que vivimos determina mucho quiénes somos y cómo somos.

En todas las ciudades del mundo hay casas pequeñas y otras grandes, y apartamentos de lujo y apartamentos de interés social. Está demostrado que el hacinamiento es perjudicial para la salud mental, tanto entre los humanos como entre los animales. Es claro que no puede haber casas o apartamentos grandes para todos, con balcones o jardines, como sería deseable.

De lo anterior se desprende una cuestión bastante obvia pero no por ello menos fundamental: Tenemos que procurar que la CALLE sea un lugar amigable para todos. Si mi casa es chica, puedo salirme a la CALLE. Si mi casa es grande y estoy aburrido, también me puedo salir a la CALLE.

La tragedia de las grandes ciudades es que la CALLE ha dejado de ser un lugar agradable, y ahora es un obstáculo que hay que librar para llegar del punto A al punto B, y la vida siempre transcurre de la puerta de la CALLE hacia los interiores de las viviendas, oficinas, edificios, restaurantes o lo que sea. La máxima ironía son los centros comerciales. Llega uno de la CALLE, para entrar a un centro comercial, que no es sino una imitación de lo que debería ser una CALLE de verdad. Al centro comercial se va a comprar algo, pero muchas veces uno va a tomar un helado, a caminar por los pasillos ó ver pasar a la gente. Muchas familias van al centro comercial para que los niños pequeños se columpien o se tiren de las resbaladillas en el patio del McDonald´s. Ahora nos ponen dentro de los centros comerciales palmeras y fuentes artificiales, para que no nos sintamos encerrados, y hay un restaurante muy de moda en el centro comercial de Santa Fé, que tiene como atractivo principal que el piso es de asfalto, igualito al de la CALLE, y hay semáforos a la entrada de los baños para saber si tenemos turno para orinar. El restaurante se llama “La Calle”.

¿Cómo es posible que hayamos cedido lo que ya teníamos, que son nuestras CALLES, y ahora las queramos reemplazar por CALLES artificiales?

Algo está funcionando mal en el urbanismo moderno.

Puestos a elegir, todo mundo preferiría un parque de verdad, en lugar del área de juegos del McDonalds. Todo el mundo preferiría una CALLE de verdad para hacer su caminata, o el paseo dominical de la familia, en lugar de los pasillos de luz blanca de los centros comerciales. Vean la diferencia: Saldré a caminar a la CALLE hasta que se haga de noche, o bien, Saldré a caminar hasta que me cierren el centro comercial. Está la opción de un centro deportivo o un gimnasio, pero ello no altera la esencia del argumento. Si quisiera hacer una caminata sin tener el deseo ver gente, me puedo ir al sótano último del área de estacionamientos del centro comercial.

Es absurdo haber perdido nuestras CALLES, y es trágica la pérdida tan irrecuperable que hay detrás. Son múltiples e infinitos los pequeños gozos que uno encuentra en una CALLE, siempre y cuando se cumpla una condición que no debería ser tan difícil de lograr: Que recorramos las CALLES sin miedo de que algo malo nos vaya a pasar. Que nos asalten o nos arrolle un vehículo.

Vean la vida dentro de un parque: Según la estación del año vemos los árboles de distintos colores, y vemos pequeños oleajes en las fuentes, dependiendo de si sopla el viento o no. Vemos una anciana que cruza con afanes un prado, y puede darnos compasión o podemos admirar sus ganas de vivir. Detrás nuestro, puede estar llorando un niño que se cayó del columpio y su madre lo riñe porque ensució su pantalón limpio. Al frente puede venir una parvada de colegialas con sus calcetas blancas bien estiradas que casi les llegan a las rodillas, con aires de irse contando confidencias, y se detienen de pronto para no espantar a las palomas. Mas allá, podemos observar un grupo de niños que va jugando a las carreras en sus bicicletas. Y más allá, podemos ver una pareja sentada en un banco, de manita sudada, o de beso en el piquito, o de besotes apasionados con intercambio de chicle y todo.

En el centro comercial ningún niño se ensucia el pantalón, ni cruza ninguna vieja con afanes, ni hay palomas que detengan la marcha de las colegialas, ni hay bancos de tanto romanticismo. ¿Por qué va tanta gente a los centros comerciales? Por la sencilla razón de que a los fraccionadotes no les ha dado la gana hacer parques, y las CALLES ahora son automovilísticas y no peatonísticas. Vean la gravedad del asunto. Antes había PUENTES VEHICULARES, ahora lo que hay son PUENTES PEATONALES.

Salgámonos del parque. Ya es noche y vamos bien acompañados de una dama. Vemos la luna, en ocasiones también las estrellas, y notamos como van encendiendo las farolas de las CALLES. El estado de ánimo cambia. No hace falta ni charlar ni nada para sentirse bien. En el centro comercial, no hay ni día ni noche, ni atardecer que nos haga cambiar de estado de ánimo. Pensemos en los niños. ¿Qué margen les dejamos a los niños en los centros comerciales? El margen de decir: -Papá, cómprame esto, cómprame lo otro, págame media hora en el brincolín. Les matamos la imaginación y los volvemos dependientes y peticionarios.

Cómo buen adulto, no resisto la tentación de decirles a los niños del mundo, por si acaso llegan a leer mi blog: –Miren niños, los niños de antes teníamos mucha imaginación. No teníamos ni computadora, ni ipod, ni jueguitos en los celulares. Pero saben qué, inventábamos nuestros juegos. No necesitábamos el software de Mario BROS para vivir aventuras más divertidas y no menos peligrosas. Claro que en lugar de toda la tecnología de la que ustedes disponen ahora, nosotros teníamos algo muy hermoso que se llamaba CALLE.

El mejor regalo que tuve de niño fue una bicicleta azul. Vivía en aquel entonces en Lima, Perú, Barrio de Miraflores, calle de Lola Pardo Vargas. Los detalles son siempre necesarios para ganar credibilidad, según me dijo algún día un jefe mío. Mi padre era en los años sesenta una especie de exiliado político, y yo un niño tímido de seis años recién llegado a un país extraño. Ellos iban a comprar adornos navideños a un bazar de segunda mano, y cuando vi la bicicleta, insistí, me encapriché, berreé y chillé, hasta que me la compraron, porque lo único que extrañaba de México era mi triciclo que no me habían llevado.

La bicicleta tenía doble estrella en la llanta de atrás, y una palanca para hacer los cambios. Las primeras veces salía con mi bicicleta sin alejarme mucho de la casa, después un poco más, y así fui descubriendo parques, atajos y CALLES. Pasó tiempo antes de que me atreviera a cruzar una avenida y me adentrara a conocer otros barrios distintos al mío. Me levantaba temprano con muchos ánimos, no tanto para ir a la escuela que me aburría muchísimo, sino para subirme cuanto antes a mi bicicleta. Salía prácticamente a oscuras y las primeras luces del día me daban en la carretera que iba hacia el Colegio Alemán, viendo las dunas del desierto peruano. De ida no desviaba la ruta, pero de regreso sí.

Había un álbum en el que se iban pegando estampas de las banderas de todos los países del mundo, que se compraban en sobrecitos cerrados sin saber cuáles irían a tocar. Era divertido cambiar las estampas repetidas por otras a la hora del recreo. De regreso hacía escala en el Colegio Pestalozzi y seguía intercambiando mis estampas con mucha desinhibición. Se dice fácil pero fue una gran osadía: Yo, con mi uniforme azul, metido entre las filas enemigas de uniformes marrones del colegio rival. Después de algunos cambios de ruta llegaba a la casa. Mi bicicleta me hacía olvidar los ratos de aburrimiento de todas las asignaturas de la mañana.

En mis primeros años fui mal estudiante: Recuerdo bien a las niñas aplicadas del salón frente al pizarrón, de esas que siempre se sentaban en la primera fila, escribiendo letras que sumaban y multiplicaban, sin que yo entendiera nada, de lo que después supe que era álgebra elemental. Lo bueno del día siempre estaba asociado con la bicicleta, que se quedaba afuera, en un parqueadero. Por las tardes hacía mis deberes escolares y en cuanto podía, tomaba la bicicleta y salía a la CALLE sin rumbo fijo, por el puro placer de pedalear.

Casi de forma imperceptible se formaba una pequeña caravana de bicicletas, dando vueltas por el barrio, haciendo acrobacias: Manejar sin las manos al volante, hacer caballitos, recostar la bici al máximo en las curvas del circuito del parque sin perder el control, saltar obstáculos como troncos y banquetas, y cosas así. En cierta ocasión detecté una banqueta alta, prácticamente imposible de saltar, y el reto era ver quien se acercaba más a ella a toda velocidad, antes de frenar. Gané yo, pero mi cálculo me falló por centésimas y me estrellé contra el muro con lesiones leves para mi y graves para mi bicicleta. No recuerdo ni los nombres ni los rostros de mi banda de bicicleteros. No hacía falta decir nada, si todos teníamos ese gusto y ese placer de montar sobre dos ruedas. Esos son los más amigos, con los que uno se reúne sin saber ni quienes son ni como se llaman, porque la camaradería infantil se basa en los gustos y en las aficiones y no en convencionalismos ni tratos convenencieros.

Me sentía importante llevando mi bicicleta al taller. –Engrásele la cadena, cámbiele las gomas de los frenos, enderézele los pedales... Con la bicicleta puesta a punto, regresaba a casa relajado, recordando las aventuras del día. Tendría yo unos ocho años cuando mis padres me pusieron la primera elección de mi vida sobre la mesa: Acompañarlos a un viaje a Machu Pichu, o quedarme en Lima con una cantidad de soles que jamás antes me había imaginado. Ni lo pensé: Tomé los soles y tuve cinco días de libertad para circular por donde me viniera en gana, comprando helados, refrescos y estampas para intercambiar. Uno de los tantos lugares a donde me gustaba ir era a la Huaca Juliana, que era una especie de cerrito escalonado, o mas bien dicho, lo que quedaba de una pirámide inca en el corazón de Miraflores. Subía cuestas empinadas y bajaba por algún sendero a toda velocidad.

Cuando nos mudamos a Quito, me resultó muy fácil acomodarme en esa nueva ciudad. No tuve bicicleta, pero ya sabía lo hermoso que era la CALLE. Salía con un balón a jugar yo solo, o a veces con mi hermano, y en cosa de minutos ya se había organizado el partido con todos los niños que vivían en la misma CALLE, en el barrio de El Batán. Eran partidos que nunca terminaban sino que se diluían con el atardecer, conforme los niños regresaban a sus casas de acuerdo con las reglas y permisos que cada quien tuviera, dejando el marcador en cifras tales como 47-39, o sea, una verdadera orgía de goles. Cada quien salía muy satisfecho con su cuota de goles anotados, independientemente de cual hubiese sido el marcador.

A veces nos quedábamos hasta noche a comentar las vicisitudes de los partidos: Cómo uno había engañado a la defensa del adversario para anotar su gol, ó como otro había prendido la pelota con la cara interna del pie para imprimir aquel tremendo disparo frente al cual el portero ni siquiera las manos había podido meter. El éxtasis de mi pasión futbolera se dio en el Estadio Atahualpa. Ahí estaba sobre el césped la selección de la URSS, con su uniforme rojo, enfrentando a la del Ecuador, en un juego amistoso previo al Mundial de México 70. Trazos potentes y precisos los de los soviéticos, que tenían replegado al Ecuador. La angustia en todos los rostros; los corazones de todos latiendo al doble de lo normal. Y cuando parecía inminente el primer gol soviético, vimos volar al portero Yamandú Solimando, el nombre no se me olvida, hasta el ángulo superior izquierdo de la portería, atajando el balón. ¿Qué tenía ese partido en particular? Nada, con la única salvedad que por aquel entonces el fútbol no se veía en la televisión…Y un estadio es una parte importantísima de la CALLE, según opino yo.

En el camino de la escuela, me divertía brincar los charcos que dejaban las torrenciales lluvias que caían sobre Quito, lo cual era una gran novedad para un niño que venía de Lima, donde nunca llovía. Mucha burla me hicieron mis padres cuando un día dije: -El paraguas fue un gran invento! Lo dije entonces y lo sostengo ahora.

Recolectaba insectos que veía en los lotes baldíos, y ya casi para llegar, la diversión era ver a cuantos niños y niñas podía yo rebasar sin echar carrera, antes de llegar a la Puerta del Colegio. Una vez se nos ocurrió ir a hacer equilibrismos a las bardas posteriores de las casas, caminando sobre el filo. Empezábamos en la casa de cualquiera de nosotros y podíamos recorrer por encima de las bardas prácticamente la totalidad de la manzana. Al principio íbamos temerosos de que algún vecino nos fuera a reclamar la invasión de su propiedad, pero eso nunca sucedió. Cuando nos llegaban a ver, cinco o diez niños caminando en fila india sobre las bardas, nos saludaban. No había sobre las bardas ni picos de hierro, ni alambres de púas, ni cercos eléctricos, ni pedazos de botellas rotas clavados en el cemento.

Si esos juegos hubiesen sido virtuales, como ahora, nosotros hubiésemos sido excelentes diseñadores de software. En otra ocasión, la prueba consistía en ver quien se atrevía a brincar al suelo desde lo más alto posible. Comenzamos con bardas pequeñas y luego con otras más altas. Llegó el día inevitable: Una barda que tendría el doble de altura que las normales, alrededor de cuatro metros, y no había ningún valiente que se animara a saltar. Me preparé mentalmente. Me figuré el salto antes de darlo. Las piernas medio dobladas para tener con qué amortiguar el golpe. Salté. Sentí el golpe del suelo en los pies. Sentí como amortiguaron las rodillas y los muslos. Pero también sentí un intenso dolor en la rabadilla. Un dolor seco. Me asusté. Me fui a la casa. No dije nada. A los tres días ya no había dolor pero tampoco ninguna gana de seguir brincando desde las alturas.

Como a los doce años volví a México. Vivía en una colonia transitada, Guadalupe Inn. Tenía un parque, pero con el más suave de los tiros el balón salía rodando a la avenida y acababa aplastado por un carro. Bicicletas, dijeron mis padres, ni por error. Para ir a la escuela, que estaba lejos, nos llevaba mi madre en automóvil. Nos recogía también, y en lugar de regresar divertido a casa, como antes, iba montado en el carro, viendo carros y más carros. Aprovechando el viaje, ella hacía escala en el supermercado y a mí me ponía a formarme en la fila del pan. Llegábamos, abría el garage, y ya, encierro eterno hasta el día siguiente.

Si logré conmover a alguien con este relato, sepan Ustedes que a mis padres no:

-Alcides, tu no haces ejercicio, te vamos a inscribir en la YMCA. Y así se hizo. Mientras daba vueltas y mas vueltas en una piscina, formado en una fila interminable de gorros anónimos, recordaba yo los tiempos gloriosos de mi bicicleta, y de aquellas nobles CALLES de Sudamérica que los permitieron.

MUERAN LOS CENTROS COMERCIALES.
MUERAN LOS GIMNASIOS Y LOS DEPORTIVOS.
VIVA LA CALLE.





miércoles, 12 de marzo de 2008

El Narco Apocalipsis



EL NARCO - APOCALIPSIS

Los análisis de sangre y orina indicaban residuos de alcohol y cocaína en grandes cantidades. Se había detectado una arritmia cardiovascular que lo puso al borde de la muerte. En la historia clínica del paciente estaba plasmada la dependencia prolongada a la mariguana, la cocaína y más recientemente, a las metanfetaminas. Los datos coincidían con el estado de psicosis paranoica que reportaban los familiares.

-El paciente requerirá de un tratamiento prolongado, dijo el doctor.

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Diez pisos más abajo, en ese mismo edificio, se ubica un despacho de contadores. Llegó la secretaria del doctor. Entregó un sobre con los recibos de los honorarios médicos del día. No entendió bien las razones del doctor Gómez pero seguía sus instrucciones al pie de la letra: Entregas allá abajo los recibos de honorarios de todos los pacientes que no los hayan solicitado. Debes tomarlos del talonario del doctor Pasquel, no del mío. Cuestiones fiscales, ya sabrás.

En efecto, se trataba de una cuestión fiscal. El paciente que no solicitaba recibo de honorarios dejaba de pagar el IVA que toda consulta debe generar. Lo que la secretaria no sabía, es que por los recibos de honorarios que el doctor Gómez expedía a nombre del doctor Pasquel, el despacho de contadores le daba al doctor Gómez una cantidad en efectivo, que él gastaba alegremente igual, en efectivo.

El despacho de contadores llevaba la contabilidad de la empresa “Grupo Médico T-Kura”, al cual pertenecía el doctor Pasquel. “Grupo Médico T-Kura” solo existía en los libros pero mostraba ingresos elevadísimos y perfectamente comprobables. A tres años de haberse constituido, formó la “Inmobiliaria T-Hospeda” la cual era dueña del edificio donde ahora despachaban médicos, contadores, abogados y otros profesionistas.

Ninguno de los empleados del despacho de contadores se percató nunca de nada. El flujo de efectivo se hacía generalmente en el “Chimalapa´s Country Club & Golf Resort”, al lado del “green”. Nunca pasaron por el despacho los accionistas de las empresas cuya contabilidad se manejaba ahí. Se elaboraban Actas Constitutivas y Actas de Asambleas de Accionistas, que al paso de los días regresaban debidamente firmadas y protocolizadas.

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En el piso 36 del mismo edificio, Josué, un pasante de economía, entró emocionado al cubículo del jefe de redacción del semanario “Razones y Sinrazones”.

–Jefe, vea este recorte. Podemos armar un super-reportaje. Imagínese, a ocho columnas, que diga “30 mil millones de dólares por lavado de dinero en México”.

El inquieto economista puso la nota en el escritorio de su jefe. 8 de diciembre de 2003. CIUDAD DE MEXICO - La Agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA) acusó a México de lavar al año entre 25 mil y 30 mil millones de dólares procedentes del narcotráfico y de tener un sistema financiero, político, militar y judicial que facilita ese delito, informó este lunes el diario capitalino Reforma. "En México se lavan anualmente entre 25 mil y 30 mil millones de dólares a través del sistema financiero, según fuentes de la jefatura de la DEA que pidieron no ser identificadas", enfatizó el rotativo, que afirmó haber tenido acceso a un informe de la agencia antidrogas estadounidense. El informe, titulado "Lavado de dinero en México", indica que Washington incluyó a su vecino del sur en la lista de "países preocupantes" debido al auge de ese delito.

El Jefe la miró rapidamente.

-Sí, es de la DEA. Esos nada más están inflando las cifras para justificar su intervención con el Plan México… Además, dice “El Reforma” que dice la DEA. Consígame el Reporte Original, y lo pensaré! El muchacho iba saliendo del cubículo, cuando escuchó la voz del Jefe:

-Además, ya que se metió en esto, a ver si me explica cómo demonios se calculan las cifras del lavado de dinero. Hace poco, escuché al Gobernador del Banco de México decir que es muy difícil separar las operaciones legítimas de las ilegítimas…

Al día siguiente regresó Josué.

-Qué le parece, Jefe? Ahí tiene la cifra oficial del gobierno de los Estados Unidos, del “Office of National Drug Control Policy”. Déle clic aquí y la podrá ver. Son cifras a febrero del 2006. “Los traficantes mexicanos reciben más de 13 mil millones de dólares en ingresos por ventas ilícitas de drogas a los Estados Unidos”. O sea Jefe, que si tomamos en cuenta las ventas de drogas en el mercado mexicano, la cifra de 25 mil millones de dólares de lavado de dinero en México no me parece tan descabellada.

-A ver Josué, Usted insiste con lo mismo sin demostrar nada, porque la cifra de 25 mil millones de dólares sigue siendo su opinión. Reconozco que sus datos no están tan malos, pero sepa que en esta revista nunca publicaré ni mentiras ni verdades a medias. En este momento, con el ánimo de no quitarle la motivación, lo más que puedo hacer es hablarle a un amigo mío, Alcides Montes. Podría ser que utilizara algunos de sus datos en su blog. Ayer mismo hablé con él, y dice que ya está harto de que todos sus visitantes le aterrizen en “La Niña CincoMesina”, que es un cuento bastante malo, a decir verdad. Y antes de irse, me prepara una tarjetita que compare las cifras que me dio con el PIB y con las exportaciones totales.
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25-30 mil millones de lavado de dinero = 2.8 -3.4 por ciento del PIB de 2007

13 mil millones de narco-exportaciones = 4.8 por ciento de las exportaciones totales y 5.7 por ciento de las exportaciones no petroleras de 2007
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Simón Vargas madrugó ese día en su pueblo natal, San Martin Otzoloapan, Estado de México. Tomó un autobús hacia Toluca. Ahí abordaría otro hacia Guadalajara y luego otro más hasta Tijuana, donde lo cruzarían hacia el Norte, o al menos es lo que esperaba él. Repasaba mentalmente todos los consejos que le habían dado, de cómo cruzar, y cómo conseguir trabajo en los campos del sur de California.

-Nunca olvides que eres ilegal. Cualquier día te levanta la Migra y te mandan de regreso. Cada vez que cobres, de inmediato mandas un “Money order” acá al pueblo. Solo te quedas con lo mínimo que necesites para comer. Si te pescan con el dinero allá, te lo quitan. Y en ese caso, ¡tanta chinga para nada!

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En los Estados Unidos de América todo se calcula, todo se anota, y de todo se llevan registros y estadísticas rigurosas. De todo, menos de la población. No hay cédula única de identificación ni documento que se le parezca. Los 12 millones de inmigrantes a los que el Senado Americano se niega a legalizar viven, desde el punto de vista documental, en la oscuridad más absoluta. Cuando Simón Vargas haga su envío de dinero a México, no habrá forma de saber si mandó dólares que se ganó cosechando naranjas, lavando carros, haciéndola de jardinero o lavando dinero. En el año 2007 llegaron a México 23 mil 979 millones de dólares como remesas de los migrantes, de acuerdo con el Banco de México. Además, un número imposible de determinar de dólares llegan a México directamente en efectivo, a través de los numerosos cruces fronterizos que hay en la frontera de más de 2 mil kilómetros entre México y los Estados Unidos. Por pura lógica, los controles de seguridad y las revisiones que aplica la Aduana Americana para la entrada de vehículos y personas para prevenir la entrada de drogas, los debería aplicar a la salida de ese país para prevenir la salida de los dólares, pero no lo hace.

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Pancho Galarza no podía conciliar el sueño. Por fin tenía una oferta en firme por su rancho: Un predio de 100 hectáreas, con pozo de agua propio, y 50 cabezas de ganado lechero. Colindaba con la vía del ferrocarril México-Guadalajara, en el municipio de Almoloya de Juárez, a escasos 2 kilómetros del Penal de Máxima Seguridad de La Palma, a donde iban a dar los sicarios, traficantes y secuestradores más connotados de todo México. La oferta superaba todas sus expectativas: 20 millones de dólares. Le habían dicho que el firmaría un pagaré a los compradores por 20 millones, reconociendo una deuda virtual, la cual liquidaría entregando el rancho, y ellos le darían los 20 millones en efectivo. Así, el no pagaría el 20 por ciento de impuesto de traslado de dominio. Ahora que lo pensaba mejor, ¿Qué haría con tantos billetes? Los compradores se veían muy serios, muy atentos y muy finas personas, pero cómo buen ranchero era desconfiado. ¿Y si le hacían firmar la escritura y luego lo secuestraban para quitarle su dinero? ¿Y si en realidad no querían el rancho para producir leche sino que lo utilizarían como campo de tiro? Al día siguiente decidió consultar con su hija, y ella con el gerente del banco:

-Mire, el banco no puede aceptar depósitos en efectivo de esa magnitud. Seguramente es dinero proveniente del narcotráfico. Ellos con el pagaré justifican el origen del dinero de ellos, pero su padre no podrá demostrar el origen del dinero de él. Si lo desea yo le podría ayudar, armamos un esquemita…

El esquema del gerente no era nada del otro mundo. Asentada su sucursal en una zona rural, limpiar ese dinero le resultaba sencillo. En México, la agricultura ni la ganadería causan impuestos, o sea que ni agricultores ni ganaderos necesitan expedir recibos fiscales. Solo era cuestión de dispersar los 20 millones entre 20 clientes durante algunos meses. Ninguna operación despertaría sospechas y en el remoto caso en que ello sucediese ¿Quién iba a demostrar cuantas guayabas dio el huerto tal, o cuanto maíz el predio cual, y a que precio se habrían vendido las guayabas?

–Figurése Usted, señor Auditor, que este año por fin logré erradicar una plaga de hormigas y puse a trabajar unas tierritas que había dejado descansando…

Ya dentro del sistema financiero, el dinero pasaría de cuenta en cuenta hasta llegar a la de Pancho Galarza y la suya propia.

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-Jefe, estuve pensando en eso que me dijo, de que es imposible separar las operaciones legales de las ilegales. Pienso que tiene razón, dijo Josué, y le contó la historia de Pancho Galarza, quien al final, decidió no vender su rancho.

-A ver Josué, olvídate de las cifras por ahora y mejor dime ¿el dinero del narcotráfico le ayuda a la economía nacional o la perjudica?

-Aunque parezca todo lo contrario, la perjudica. Tanto dinero del narcotráfico en tan pocas manos se presta para todo tipo de extravagancias. Carros y mansiones de lujo, por ejemplo. De pronto surge de la nada un nuevo millonario, y muchos quisieran ser como él, o al menos quisieran tener una quinta parte de lo que él tiene. Por cada narco real hay diez narcos potenciales, puesto que trabajando legalmente nunca conseguirán nada, salvo su apartamento de interés social de 40 metros cuadrados y un carrito coreano de seis mil dólares que pagarán en cómodas mensualidades. Hay gente más audaz que otra. Digamos que están los pacíficos y están los violentos, y están los que tienen estudios y los que no los tienen. La cuestión es que con el narco hay empleos muy bien pagados para todo tipo de perfiles…

-¿Dinero fácil, quieres decir?

-No Jefe, no digo que sea fácil. Mas bien depende de en que posición esté uno, si antes o después de la narco-lavandería. No es fácil vivir siempre a dos fuegos: La sentencia de muerte del narco ante cualquier traición ó indiscreción, o simple sospecha de la misma; y la sentencia de cárcel de las autoridades, en caso de que los lleguen a atrapar. Hablo del que cultiva la amapola en la Sierra de Chihuahua o en la de Sinaloa, de los guardias que se enfrentan a tiros con el Ejército, de los choferes que pasan sustos tremendos cada vez que pasan por un retén o una garita, de los pilotos que aterrizan en las pistas clandestinas, de las muchachas que andan cruzando droga de frontera en frontera, y de los muchachos que andan vendiendo droga en las esquinas, escondiéndose de los policías, o dándoles su tajada para que los dejen tranquilos. Los mayoristas les venden la droga a crédito, les fijan metas de ventas semanales cada vez más altas, y ya, de esa manera quedan endeudados y enganchados sin otra posibilidad que seguir en el negocio. No haré una apología de ellos, ni mucho menos, pero no me diga que esa vida es fácil.

El dinero fácil está más arriba, una vez que el dinero ya pasó por la lavandería. Eso si debe ser fácil, invertir esos millones en bienes raíces, en franquicias y en todo tipo de negocios, sin tener que preocuparse por la rentabilidad de cada inversión. Es la otra ley del lavado de dinero: Diseminarlo por toda la economía. Esos negocios ni siquiera necesitan utilidades para seguir abiertos, basta con que sigan operando. Entonces fácilmente desplazan a otros negocios sin narco-capital, los quiebran, y arruinan años y años de trabajo honesto, de restauranteros, hoteleros, y dueños de lavanderías, digo, de las de verdad.

Las vidas extravagantes de todos ellos generan otras sub-especies de vidas fáciles y no tan fáciles: Guardaespaldas, traficantes de armas, cirujanos plásticos, cantantes y bailarinas. Vea Usted, las prostitutas de nueva generación, las que ejercen a través de su página de Internet, dizque para pagarse la carrera universitaria. Cinco mil pesos la hora, cuarenta mil la noche, ochenta mil el fin de semana. Cuando terminan la carrera y les ofrecen tres mil pesos a la quincena, seis mil pesos al mes, se dan cuenta de que mejor ni para que trabajan en lo que estudiaron. Vea nada más, ahora hasta el gobernador de Nueva York acaba de renunciar por gastarse 80 mil dólares con estas chicas. Ahora están diciendo que es el Viagra el que destruye la vida de los políticos americanos, imagínese nada más.

Las leyes de la economía son inexorables: Atraídas por este narco-mercado mexicano tan fabuloso, llegan chicas de Rusia, de Europa del Este, y de América Latina para hacerse también ellas de su capital. Esas chicas llegan tan desprotegidas, que deben comprar su protección, con el dueño del cabaret, el gerente del hotel o del motel, dependiendo de su categoría, el taxista que las lleva y las trae, y el abogado influyente en cuestiones de Migración. Si no es que llegaron ya explotadas de antemano por las bandas internacionales del tráfico de personas. Al igual que en el narcotráfico, en este otro negocio hay margen para los perfiles violentos y para los perfiles tranquilos. Aunque eso sí, todos ellos deben ser sumamente capaces.

Tan difícil es separar las operaciones financieras legales de las ilegales, como las actividades legales de las ilegales. La política es una actividad legal. El narcotráfico es una ilegal. Tener un restaurante es legal. Vender la droga ahí es ilegal, pero atrae a los clientes, quienes son legales. Lavar dinero es ilegal. Ser banquero es legal. Ser prostituta es malo, pero no ilegal. Ser cliente es malo, pero no tan malo. Ser dueño del motel es inclusive prestigioso.

-Ya no divague. ¿A qué quiere llegar?

-¿Qué no se da cuenta? Los que están legales dependen de los ilegales. Si los mexicanos no reaccionamos a tiempo, estaremos perdidos. Todos vivimos felices desde este lado de la narco- lavandería, sin pensar en lo que pasa del otro lado.

Para que la economía siga creciendo, se necesitan cada vez más drogadictos. Todo tiene un límite, menos el Universo, según entiendo yo. ¿Ó como se explica las noticias que salen en los diarios? Balaceras y muertes. Bandas contra bandas. Los mercados se defienden y se conquistan calle por calle, colonia por colonia, región por región. Ejército contra bandas. Ex - militares contra el Ejército. Muertes y más muertes. ¿A costa de qué? De la salud de millones de personas a quienes llamamos drogadictos que son la base de la narco-economía. O nos envenenan a todos, o se caerá el negocio algún día. Negocio que no crece muere.

Entonces empezarán a bajar las ventas, se desplomarán los mercados inmobiliarios, cerrarán los restaurantes, los bares, los moteles, las distribuidoras de automóviles de lujo y más de uno de tantos centros comerciales o “shopping malls”. Muchos de los empresarios de hoy se hundirán en ese Narco-Apocalipsis, y junto con ellos, muchos de nosotros. ¿Quiénes generarán mañana la riqueza que se genera hoy de manera ilegal, si dejamos que poco a poco se venga a pique la auténtica clase empresarial por la competencia desleal, ilegítima e inmoral de los narco-empresarios?

-Dedíquese a filósofo, Josué. Sacó toda una teoría a partir de unos datos que ni siquiera me parecen tan escandalosos. Pero me dejó pensando, y como ya es tarde y debo irme, otro día continuamos con esta conversación.

lunes, 3 de marzo de 2008

México Profundo y el Licenciado Manuel

DETRÁS DE CÁMARAS

Hoy corresponde el turno al cuento sobre el licenciado Manuel. Estuve meditando en la carretera, y en la terraza después de comer, cómo haría el cuento, y es la hora en que todavía no decido. Podría esperarme una semana más, pero no: “POSTEO, LUEGO EXISTO”.

Una opción es comenzar diciendo que hace quince años, el día tal del mes tal de 1993, el entonces Presidente de la República anunció a los mexicanos que habían concluido las negociaciones del Tratado de Libre Comercio con los EUA , pero no me gustó. Pienso que la política puede aburrir a los lectores.

Ese anuncio tan solemne tiene que ver con el licenciado Manuel, que por esas fechas tendría seis años, vivía con sus padres como lo hace ahora, le ayudaba a su papá a desgranar el maíz y jugaba con sus hermanitas. Eso ya cambió. El licenciado Manuel ahora juega con la novia y la pasea en una motocicleta, sin el permiso de la mamá de ella ni el de su patrón, quien es el dueño de la motocicleta.

Otro comienzo posible es definir qué es la “globalización”. La puesta en escena sería bastante sencilla.

Reúno ahora mismo al Gabinete Estatal de hace quince años, en la Casa de Gobierno, y le cedo la palabra al Señor Gobernador, y hago que éste se la ceda al Secretario de Fomento Agropecuario, y después al Secretario de Educación, y decidan fundar un Tecnológico, instituto donde a la postre estudiaría el licenciado Manuel.

–Para preparar a nuestros jóvenes y puedan aprovechar las infinitas posibilidades que ofrece la globalización, podría haber dicho un alto funcionario.

Al igual que en la opción anterior, pienso que los lectores se pueden aburrir con tanta grandilocuencia.

Quince años atrás visité a un colega en su oficina y me presumió el programa Word que recién había instalado en su computador. Era enorme y si lo viéramos hoy parecería un armario, pero en aquella época se veía bien. Hay un detalle: No tenía módem para Internet. Por aquel entonces yo usaba un celular del tamaño de un tabique, y para poderlo transportar en el bolsillo tenía que desatornillarle la antena y una vez la perdí por descuidado.

Hoy, hasta el licenciado Manuel trae un celular delgadito y sin antena, que le sirve para recibir llamadas y tomarle fotos a la novia. Para hacer llamadas a veces sí y a veces no. Todo está en función del crédito que tenga.

La globalización es eso, un mundo interconectado por celular o computador. Si mañana voy al cibercafé y conecto el USB con este archivo al instante podrán leer mis tonterías en Tokio, Nueva York, París ó Londres. Por lo general citamos esas ciudades, y la ciudad más importante del país de cada quien: México, Bogotá, Caracas, Lima ó Buenos Aires….

No es casualidad que Alcides Montes utilice en sus cuentos la ciudad de Zitácuaro, Michoacán, pero debe ir más allá para hablar con propiedad sobre el mundo globalizado. Tendría que mencionar también el poblado de El Zapotito, Municipio de Ixtapan del Oro. En Colombia sería vereda y en España caserío y en otros lugares no sé, pero cuenta con dos cibercafés, y además es el pueblo donde vive el licenciado Manuel.



EL CUENTO DEL LICENCIADO MANUEL

Los Profetas de hace quince años estaban divididos. Unos, sobre todo aquellos que tenían puesto público, sueldo ó contrato en el gobierno, decían que con la globalización, “las nuevas tecnologías” y con la inversión extranjera, los mexicanos entrarían en la senda de la prosperidad.

Otros, auto-proclamándose como “intelectuales” tan solo por escribir editoriales en los diarios, auguraban tiempos difíciles y afirmaban que solo sobrevivirían los poderosos, que los campesinos emigrarían y abandonarían sus tierras ante la avalancha de productos de importación frente a los cuales no habría nada que hacer, más que persignarse.

El papá del licenciado Manuel era uno de los cinco millones de campesinos para los que se pronosticaba un negro futuro, quien por cierto nunca estuvo al tanto de esta discusión.

Como sucede con todos los Profetas ninguno de ellos se equivocó, porque no hay Profetas si no hay seguidores, y cada quien ve lo que quiere ver.

–Viste? Migraron los campesinos, diría un bando.

–Siempre han migrado algunos, dirían los del bando opuesto.

Cuando la ideología domina, la estupidez aflora.

–Sabías tu que los elefantes vuelan?
–No vuelan.
–Si vuelan, pero bajito…

El papá del licenciado Manuel cultiva 5 hectáreas de maíz, a veces entreveradas con frijol y otras veces con calabazas. –Si el viento tira las matas de maíz, entonces crecen las calabazas. Si llueve mucho y no hay vientos se llenan bien las mazorcas, y si llueve poco entonces el frijol se pone alegre, le gusta explicar a sus amigos. Si no llueve no hay nada que hacer, pero eso sucede muy rara vez.

Un día llegó un ingeniero agrónomo y criticó los cultivos de don Luis, el papá del licenciado Manuel, diciéndole que si mezclaba tantos cultivos en la misma parcela, ninguno se daría como debe ser, y que para enfrentar los riesgos asociados con los vientos y las lluvias era mejor adquirir un seguro agropecuario…

-Cómo sabe este señor!, pensó. Pero no le hizo caso. Hay días que se le ve sembrando, tirando en los surcos las semillas que saca del morral, y luego las cubre de tierra con el pie izquierdo. Otros días se le ve desgranando, tallando una mazorca con otra, y a veces está dándole de comer a las gallinas, sin necesidad de sembradoras, cosechadoras ni desgranadoras.

A los Profetas que pronosticaban el Apocalipsis a partir de la globalización se sumó la Secta de los Románticos, quienes veían en las actividades de don Luis y la de muchos campesinos mas, “un modelo de agricultura tradicional que es la esencia de la Nación” y por lo tanto se oponían a la globalización porque se perdería una forma de vida y una expresión de la cultura, que había que rescatar y defender a como diese lugar. Y si la defensa se hiciere a través de los subsidios que ellos administrarían, tanto mejor.

En el año de 2007 surgió una nueva secta, “Maíz Hace País” que a través de una curiosa mezcla de argumentos se hizo de muchos adeptos, combinando las tenebrosas y siniestras intenciones del señor Bush, el sabor de las tortillas mexicanas y las ganas de comer.

Nunca le pidieron su opinión a don Luis ni a ningún otro campesino, pero eso sí, anotaban con cuidado las observaciones que le hacían a sus escritos, documentos y proclamas los académicos de Harvard, Stanford o Yale.

Don Luis a veces se ayudaba con sus hijos para sus faenas. Un encuestador quiso sacar las cuentas de cuánto dinero metía y cuando dinero sacaba: Por semilla tanto, por fertilizante tanto más, y así con los demás rubros, hasta que dijo él:

-Mejor no hagamos las cuentas, porque a mí me gusta mucho esto de los cultivos, y si le estoy perdiendo, prefiero no saber.

Cuando hay que sembrar, no acepta ningún trabajo de albañilería, aunque en ese mes podría ganar lo que valen los cultivos de todo el año.

Un día, cuando sus hijos crecieron y necesitó un peón, y no consiguió ninguno, se puso a investigar entre sus amistades, familiares y conocidos. Escuchó lo que ya sabía: Que en Estados Unidos se gana en un día lo que acá en dos semanas, y estando un mes allá, se gana lo de ocho meses acá, y a veces lo de diez. Quedaba la duda pues, de que siendo las cosas así, no se hubiesen ido todos para allá.

Unos, porque no querían alejarse de su pueblo tan querido. Otros, porque les daba temor el cruce del desierto de Arizona. Algunos más no querían arriesgar sus ahorros en manos de un pollero que a lo mejor les indicaba mal el camino para que se topasen directamente con la “Migra”, lo cual es bastante frecuente en los casos de pago por adelantado. Por eso en los últimos tiempos se ofrece un nuevo servicio en los pueblos de México: Cruce ahora, pague después. Para poderlo usar es necesario tener un familiar allá, quien pagará al pollero una vez que, pariente y pollero, se presenten con él.

Aún así, había muchos muchachos en el pueblo, según ellos con ganas de trabajar, pero no en las milpas.

De ver a don Luis tan preocupado, alguien le confesó:

-No sea ingenuo, las muchachas ya no le hacen caso a los que trabajan en la tierra. Ellos prefieren estar de empleados en las tiendas, a tener las uñas todas mugrientas.

Don Luis entendió por fin por qué su hijo Manuel le ponía mala cara cuando lo llevaba a cosechar su maíz, a pesar de que era un buenazo para comerse las tortillas. Entendió por qué su hijo Manuel prefirió irse a estudiar Administración de Empresas en el Tecnológico que acababan de abrir en las afueras del pueblo. Entendió por qué su hijo Manuel prefería ir a hacerle los mandados un doctor Pablo Godoy, de Toluca, quien tenía su casa de descanso por ahí cerca.

Don Pablo siempre le dejaba las llaves de la moto a Manuel, y es cuando él sacaba su celular: Arréglese muy bonita, que ya voy en camino para llevarla a pasear.

El doctor Godoy charlaba con Manuel antes de mandarlo a comprar las Coca-Colas, el pan o sus cigarrillos, y así se fue enterando de sus progresos en la carrera de administración de empresas. La mujer del doctor le tenía mala voluntad, no se sabe bien por qué, y fue ella quien dijo un día:

-Pablo, dile al licenciado Manuel que se me olvidó la mantequilla.

Desde entonces entre su círculo de amistades se le conoce como el licenciado Manuel.

En la última charla entre ambos, el doctor Godoy notó a Manuel muy preocupado porque tenía que presentar su tesis. Al paso de los minutos salió a relucir que la preocupación no era que no se la fuesen a aceptar, sino justamente todo lo contrario: Que se la fuesen a aceptar. En ese momento cambiaría su estatus: De estudiante a holgazán.

La globalización le trajo al licenciado Manuel escuela, celular y novia. Para su mala fortuna, no ha llegado al pueblo de El Zapotito, Municipio de Ixtapan de la Sal, ninguna empresa que administrar, y ni siquiera podrá apoyar a su padre en lo que él sabe hacer bien: Las cuentas de las milpas. Como su novia está guapita y no es tonta, el licenciado Manuel tiene ahora un nuevo motivo de preocupación. Ya siente pasos en la azotea.

Mientras don Luis viva sus milpas seguirán siendo cultivadas para tranquilidad de la Secta En Pro del Mundo Globalizado. Pero cuando el fallezca, la Secta de Los Adversos mostrará las milpas abandonadas al público en general. La Secta de los Románticos seguirá sacando provecho de sus ciclos de conferencias “Todo Tiempo Pasado Fue Mejor” y “Nos Esperan Tiempos Mejores”, y de sus retiros espirituales en la explanada frente a la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación, situada en Cuahtémoc y Municipio Libre, México, Distrito Federal, pidiendo subsidios.